martes, 28 de octubre de 2014

CRÓNICAS DE LECTURAS 95 - LITERATURA INFANTIL (V) - OTROS CLÁSICOS


CRÓNICAS DE LECTURAS – 95
Literatura Infantil (V) – Otros Clásicos

I

Los Niños y la Verdad de las Cosas

Escribir para niños redobla en el escritor la obligación de poseer temperamento poético. La literatura para niños y adolescentes es profundamente metafórica y connotativa, y si pensamos en ciertos autores de exquisita sensibilidad como José Martí, Antoine de Saint Exupéry y Oscar Wilde la tendremos clara, aun considerando que Wilde no escribía propiamente para niños. La literatura en general y la poesía en particular siempre presentan alguna dificultad, y por ello la literatura infantil no es una preparación ni un sucedáneo de la literatura “en serio”, sino literatura de por sí, doblemente exigente y compleja; no divulgación literaria ni aprestamiento para La Insoportable Levedad del Ser o Ulises. La Literatura Infantil, dicen, re-significa el lenguaje para que alcance categoría estética en el leer de niños y niñas. Es decir, ni traduce ni divulga ni replantea ni hace calentamiento ni adapta ni promociona ni apresta ni entrena ni “enseña” en el peor sentido escolar del término. Quien así lo piense se equivoca, y ya. La Literatura es producción estética de primera mano, original en su contenido. Pero dado que se dirige a un mercado cautivo, los escritores de LIJ tratan desesperadamente de llegar a la fórmula para que chicas y chicos lean, y se complican. Si quieres escribir para niños, pues hazlo. Si crees que necesitas estudiarlo en la universidad, hazlo, aunque yo me concentraría en algo para ganar plata, porque vocación y hambre, a pesar de lo idealizado, no se llevan, cómo decirlo, del todo bien. Se puede estudiar al target de mercado, pero detesto lo prescriptivo donde no es pertinente, aunque hay donde sí parece que lo es: A los chicos les encanta que las palabras suenen, de ahí su facilidad para aprender poemas, ellos aprenden a leer para poder hablar más rico, y les encanta la Acción y proyectarse dentro de lo que leen.

Los niños y niñas aprenden en el hogar y su entorno cómo comportarse en la sociedad, pero también en segunda instancia de lo que leen. La ventaja de la fantasía infantil es que ellos se las creen todas, y por eso piensan mejor que nosotros en muchas cosas. Por suerte tampoco atracan con todas las deformidades estúpidas de nuestra sociedad, porque en su lógica blindada – que los grandes autores sienten, conocen y siguen – ellos saben mejor no cómo son las cosas, sino cómo deberían ser. Claro que de repente soy idealista y utópico, algunos no se cansan de decírmelo, a veces con buena intención, pero a cierta edad se trata de encontrar en los que vienen las esperanzas que se quedaron en el camino, así que si esto es wishful thinking, por favor no se me vayan a la yugular de frente sin ejercer antes un poco de misericordia. Vamos de vuelta entonces a la LIJ, al desarrollo de la creatividad, la imaginación y la fantasía, bases para la innovación, aunque también tengan valor por sí mismas: Ay del que trate de arrebatar eso a los niños, si es que yo ando cerca. Los niños son valiosos no por la promesa de lo que serán, ni porque estén en el proceso de ser seres humanos, ni porque estén inacabados o “en formación”. Los niños son seres humanos en su forma más pequeña, brillante y hermosa, fines en sí mismos desde que arribaron a la humanidad. Jesús de Nazaret, que posiblemente fue el que mejor lo entendía, dice que al Reino de los Cielos sólo llegan los que son como niños, que en el Amor es donde al final nos entendemos y llegamos a ser humanos; y guarda sus peores amenazas para los que se atrevan a irrumpir en la inocencia, ni siquiera se atreve a decir lo que les reserva a esos malditos, apela a un circunloquio: más les valdría que les ataran al cuello una rueda de molino y los arrojaran al mar. Porque la humanidad no es abstracta, sino real, y la verdad conecta las palabras con las realidades, por ello decirla es tan importante.

Cuando decimos la “Verdad” con el añadido de puesta en los términos que (los niños) puedan entender la cosa se relativiza, pues hay quienes creen que hay que decir la verdad, pero no toda, o que hay que endulzarla. Yo creo que no hay nada de qué proteger a los niños, otra cosa es que los adultos los usen de pretexto para protegerse ellos mismos de sus inconsistencias, algo tan cobarde como estúpido. Me viene a la mente al respecto dos libros de Laura Ingalls sobre lo mismo pero uno “para niños” y otro “para adultos”: La vida de frontera en los Estados Unidos del último tercio del siglo XIX, región de reserva moral y retirada emocional para muchos americanos del norte, que se creyeron en la década de los ´30 las historias de The Little House of the Prairie (La Casita de la Pradera, o La Familia Ingalls en TV con Michael Landon y Melissa Gilbert). Que Laura era consciente de la distancia entre lo pintado y lo real la impulsó a tratar de publicar Pioneer Girl. The annotated Autobiography. Pero no la dejaron, el sueño americano se vendía mejor. Lo interesante es que The Pioneer Girl recién se editará este año 2014, lo que hace que uno se pregunte por qué demoró tanto: Es triste saber que ese paraíso de los valores familiares jamás existió, no puedo culpar a la gente por temblar ante un Michael Landon bebiendo del pico de su Jack Daniels mientras gritonea y les sacude el polvo a su mujer y sus hijas. Lo bueno es que los niños son adaptables, el error es nuestro cuando no los exponemos a la vida. En inglés se llama spoiled (arruinado) al chico al que se protege demasiado, pero entiendo que muchos prefieran la fantasía, pues la vida no es sólo realidad, sino el deseo de acercarla lo más posible a lo que debería ser, equilibrar la verdad y la poesía, algo no imposible. Algunos autores captan eso y escriben para esos seres humanos, esos locos bajitos, en el idioma del Amor que ellos entienden, en el barrio duro y difícil que nos hizo crecer a patadas pero donde nunca se acaba el amor, como dice el grande Robin Wood. Acá algunos de ellos:


II

El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry (1900 – 1944)


Tengo la sensación que todos aquí – el autor de esta Crónica y sus lectores - estamos bien enterados que sólo se ve bien con el corazón, y que lo esencial es invisible a los ojos. El famoso diálogo entre el Zorro y el Principito ha calado profundo en la cultura popular, y es que pocos libros se han escrito tan económicos en su expresión, tan concisos en su trama, su extensión y su vocabulario, con tanto equilibrio entre el lenguaje de las imágenes (Todas acuarelas del propio Saint –Exupéry) y el de las palabras, a favor de las primeras. La sensata mesura adulta está bien empaquetada dentro de la gran metáfora de cómo se siente la vida anterior a lo duro que es crecer, no pareciera que Antoine de Saint-Exupéry, piloto de caza y asesino profesional, pudiera recuperar lo que se le quedó en medio de lo espantoso de una realidad que no deja resquicios. Y así, como hacen los niños, se adaptó a las circunstancias. Tal vez eso lo salvó a él y a nosotros. El sub-texto de la historia es simple y puede ser entendida hasta por un adulto: Un piloto aterriza de emergencia en medio del desierto, y en el proceso de reparar la avería de su aeroplano, desvaría por la sed y el calor y ve visiones. Como justo antes su imaginación lo llevó a la infancia y a ciertos dibujos que reproduce en el libro, ahí se le aparece un pequeño príncipe de otro planeta, que conoce el sentido verdadero de los dibujos que el autor lleva consigo, en particular el de la Boa que digiere un elefante, ese que todos los adultos (aún hoy) confunden con un sombrero. Mientras el piloto se concentra en el motor del avión el principito cuenta su historia, que no repetiré exactamente porque casi todos la conocen, y porque si eres uno de los raros especímenes que completan el “casi”, pues ya es hora que lo leas y te salgas de ese “casi”. Diremos simplemente que entre corderos, asteroides, baobabs, rosas que amenazan con sus cuatro feroces espinas, zorros y víboras, han pasado ocho días y la provisión de agua del piloto se ha agotado, pero encuentran un pozo y se intuye que ambos personajes han formado lazos, pero el principito añora sus pequeños paisajes y su flor, y se despide súbitamente. El piloto no quisiera dejarle ir, pero al final y como todas las cosas, igual se va.   

Todos sentimos la misma y vaga tristeza cuando el Principito decide marcharse por la vía de la mordedura de una serpiente venenosa. Pocas metáforas siento ser tan adecuadas como la mordedura de una serpiente para describir la pérdida de la inocencia y el tránsito a la adultez. Posiblemente El Principito sea un libro para niños, pero si es así es para los niños que están ahí dentro lamentando haber tenido que crecer. Y en el requerimiento final del autor por información y en el paisaje desértico donde halló al Principito hay una católica reminiscencia de Jesús de Nazaret: Si no son como niños no entrarán al Reino de los Cielos. Entre los planos que es posible encontrarle a la lectura de este libro cuando se le involucra un poco de corazón está que el Aviador no narra lo que le está pasando, sino lo que le pasó cuando estuvo en el Desierto, en una de esas visiones que, como la de Jacob luchando con el Ángel, le impulsa a crecer pero a costa de alejarse cojeando y herido, porque es imposible crecer y evolucionar sin pagar el precio de entender algo del sentido de estar vivo. A veces el sentido de la vida sólo se encuentra en la muerte, y no me sorprende que El Principito se publicara en plena Segunda Guerra Mundial (abril de 1943), ni que resultara entonces un best-seller. Y es curioso aunque comprensible que siendo un libro para niños su final no sea feliz, y culmine con una muerte que es a la vez un viaje, y un viaje final – el del aviador – que fue hacia la muerte, como resultó ocurrir al año siguiente de la publicación. Probablemente el contexto de la época haya favorecido las ventas en el mundo de habla inglesa, porque en francés la Editorial Gallimard recién lo podrá publicar en 1946, tras la liberación de Francia. Luego se le traduce a más de doscientos cincuenta lenguas y dialectos, incluso al Braille, pero definitivamente lo importante es que en cada edición se reproducen con exactitud las acuarelas del autor, y ese lenguaje terminará por ser el importante. Recién en 1951 Emecé Editores lo vuelca al castellano. A continuación un enlace para que leas El Principito: http://www.agirregabiria.net/g/sylvainaitor/principito.pdf

III

El Príncipe Feliz y otros cuentos, de Oscar Wilde (1854 – 1900)


El hecho de ser un desaprensivo y practicar superlativamente la ironía y en ocasiones el sarcasmo no le quitaba a Oscar Wilde el poder hacer profundas reflexiones, y a la vez ejercer una sensitiva inocencia que lo aproximaba al mundo infantil, mundo al que, sin embargo, nunca entró de lleno. Al leer a Oscar Wilde se percata uno que no se dirige sólo a los niños, pero que en muchos de sus cuentos se desenvuelve una exquisita sensibilidad que trata de encontrar pares en lo emocional. Puede que la percepción de este hecho por el gran público de las épocas victoriana y eduardiana hiciera de estas exquisitas obras momentáneos best sellers, que se leen por estar bien escritos y ser importante su autor, pero que se trata de no tocar después, no vayan a ser contagiosos. O peor aún, no vayan a mostrar a las relaciones que se leen cuentos e historias de Wilde pasada su inmediata publicación, eso podía resultar en la confesión de la admiración por un autor que como persona era improper. Así, se le consideraba grande y talentoso autor, pero de moral dudosa, con lo que cualquier asociación más o menos larga con su obra trasladaría la sospecha de inmoralidad al lector consuetudinario. Esto no es raro, en realidad, y se ve hoy como ayer, y por diversos motivos. Por ello parece que la lectura de obras como El retrato de Dorian Gray y La Importancia de llamarse Ernesto debidamente expurgadas por editores y traductores como que se reservaran para la época entre la pubertad y la adolescencia de nuestros hipócritamente liberales días. En fin, que la lucidez de Wilde no ayudaba tampoco a ser aceptado en una sociedad como la británica de fines del siglo XIX, como se puede distinguir en Una mujer sin importancia y en El fantasma de Canterville, obras interesantísimas que demuestran que Wilde no era para nada ajeno a los problemas sociales de la época, si bien para él la respuesta social parecía estar en una suerte de anarquismo democrático y liberal del que los Estados Unidos de su época parecían ser muestra.

Los cuentos de Oscar Wilde que se podrían denominar “infantiles” se suelen encontrar en las antologías de cuentos para niños, pero originalmente estuvieron en el contexto de publicaciones dirigidas a público adulto, los cuentos para niños no fueron la norma de la producción wildeana, porque las llamadas entonces Historias de Hadas (muy semejantes a los eventyr escandinavos contemporáneos) eran también de consumo adulto de los británicos y lo fueron hasta bien entrado el siglo XX, y es de lo más fácil confundir dichas historias con cuentos para niños. En 1888 se publica El Príncipe Feliz y Otros Cuentos, en la que el cuento que da nombre a todo el libro es una parábola del Amor y del sacrificio, de gran ternura en el contraste entre los sacrificios del príncipe y la golondrina, en las joyas de las que uno se va desprendiendo para que la otra las lleve donde son necesarias, y en el cómo los que reciben o contemplan desde fuera el despliegue de tales dones ni los comprenden ni los calibran. Del mismo estilo es El ruiseñor y la rosa, que parece un cuento que llama más a la sensibilidad romántica de púberes y adolescentes, en el rudo contraste entre el idealismo juvenil y la pétrea realidad. Posiblemente El Gigante Egoísta sea el más popular, lo que podríamos atribuir a la reunión de la humana sensibilidad con la fuerza física, y de ambos con la fe en el Jesús niño. Creo posible que el principal rasgo de Wilde como autor sea el de no tratar de ser otra persona que él mismo, y ello, que le costó muchísimo en términos humanos, sin embargo le permitió alcanzar una forma de inmortalidad: la de derrotar una y otra vez la prueba del tiempo. En sus cuentos como en sus novelas y obras teatrales, se distingue algo de universal y permanente en las preocupaciones de avanzada que mostraba. Sentimental, eso sí, hasta la pared del frente, rezuma un romanticismo de observador apostado en la célebre torre de marfil, enmarcado en una expresión literaria que recuerda muchísimo a la de otro importante escritor de la misma época, Hans Christian Andersen, en particular en el cuento El famoso cohete, que podría haber sido firmado por el danés. Para conocerlo, algunos enlaces: http://es.wikisource.org/wiki/El_pr%C3%ADncipe_feliz, http://es.wikisource.org/wiki/El_gigante_ego%C3%ADsta, http://es.wikisource.org/wiki/El_ruise%C3%B1or_y_la_rosa, http://es.wikisource.org/wiki/El_famoso_cohete.

IV

La Edad de Oro, de José Martí (1853 – 1895)


La sensibilidad latina y decimonónica de José Julián Martí Pérez se aunaba con una sólida formación clásica en los autores latinos y griegos. Pero esto es el forro, que no significa nada a no ser que contenga sensibilidad hacia el mundo infantil. Comparte Martí con Saint-Exupéry y Wilde el no impostarse al hablar con los niños, aunque sí modera la expresión al modo que hacemos los padres cuando tratamos que nuestros hijos nos entiendan, y tiene expectativas en esos niños y niñas, y emplea un lenguaje literario ampuloso, y padece de prejuicios como todo el mundo. Pero José Martí no se reduce al balbuceo como algunos hacen cuando tratan con niños, ni los trata como pequeños retrasados mentales. Al niño y a la niña les exige en lo racional y les exige en lo emocional como los seres humanos que son, y por ende les dice la verdad a cada paso, y no para formarlos o prepararlos sino porque es su derecho, faltaba más: Los niños han leído mucho el número pasado (…) y son graciosas las cartas que mandan, preguntando si es verdad todo lo que dice el artículo (…). Por supuesto que es verdad. A los niños no se les ha de decir más que la verdad. Claro que José Martí habla y lee desde ese petulante siglo XIX que todo lo sabía, y hoy que somos autosuficientes en nuestros métodos e ideas, no obsoletos como ese tal Martí creemos que lo hemos superado. Pero yo prefiero mil veces a José Martí que al inventor del iPad, porque José amaba a los niños y se le notaba, y si a un maestro no se le nota eso, pues mejor que se dedique a hacer ladrillos o inventar iPads, porque el maestro no ejecuta técnicas sino hace Trabajos de Amor, como erigir Catedrales a mano limpia o abrir Carreteras a punta de pala y zapapico, donde lo que menos cuenta es el plano. Léanlo en acción: Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz. El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre. Ideas retrasadas claro, pero qué hermosas suenan en un hombre bueno.

La Edad de Oro fue una publicación periódica dedicada a los niños de América, editada en Nueva York en castellano y repleta de historias, poemas, adaptaciones literarias y crónicas, sí, crónicas como estas que trato de escribir, pues a Martí se le salía el maestro primario como a uno se le sale del corazón la ternura. El guerrero presidente de la república en armas que echa por tierra al tirano, con los niños se desata el sable y emplea sus horas mejores en escribir para ellos. Y le traicionan sus largos períodos y su formación periodística, se nota que se pule y que se pule a conciencia, porque el Maestro cuando prepara su clase sabe que es un Acto de Amor. Y no teme el Prócer educar en la política a los niños, porque sabe qué se debe enseñar, y no teme decir que la Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar, ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. No sé ustedes, yo miro alrededor la ruina moral en que se han convertido nuestras sociedades (los Pinos Nuevos) que José Martí amó tanto, y me da vergüenza tener que copiar La Edad de Oro como si fuera novedad. Qué falta nos hacen un Martí y un Bolívar y un San Martín, pequeñitos nomás, en estos tiempos degenerados. Pero entretanto, La Edad de Oro, aquí: http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/M/Marti,%20Jose%20-%20Edad%20de%20oro,%20La.pdf. Y la obra de José Martí: http://librosgratis.liblit.com/?subdir=M%2FMart%ED%2C%20Jos%E9%20(1853-1895)&sortby=date

V

Colofón



El Amor es una forma de humanidad, aunque se le presente con frecuencia deforme y sobrevalorado. Pero cuando es ternura nos devuelve algo de vida y entonces poco importa si somos pilotos de guerra, presidentes de la república en armas o presidiarios, porque seguimos siendo humanos. Termino esta Crónica con José Martí: lo que ha de hacer el poeta (…) es aconsejar a los hombres que se quieran bien, y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros. Los versos no se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo, enseñándole que la naturaleza es hermosa, que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que nadie debe estar triste ni acobardarse mientras haya libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y madres. El que tenga corazón, que lea, porque aún hay esperanza.  

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